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La gentrificación es un tema que ha tomado fuerza en muchas ciudades del mundo, y la Ciudad de México no queda fuera de este escenario. Con el aumento de los precios de la vivienda y los cambios en las comunidades, surgen preguntas incómodas sobre quiénes son realmente los responsables de estas transformaciones. En este artículo, quiero compartir una reflexión personal sobre mi experiencia viviendo en Roma Norte, un barrio que ha sufrido cambios radicales en la última década. No pretendo ser la voz de todos, sino más bien ofrecer una perspectiva que surge de mis vivencias y observaciones en un entorno que ha cambiado drásticamente.
El verdadero costo de la vida en la Ciudad de México
En 2024, el informe global de costo de vida de The Economist posicionó a la Ciudad de México como la décimo sexta ciudad más cara del mundo. A primera vista, este dato puede resultar impactante, pero a mí no me sorprendió en absoluto. Mis amigos y yo ya habíamos sentido el aumento en nuestros gastos. La realidad es que no fueron solo los extranjeros quienes elevaron los precios, sino decisiones económicas tomadas por nosotros mismos, los mexicanos, especialmente aquellos que ocupan posiciones de poder.
El crecimiento del turismo no fue una casualidad; fue una estrategia deliberada impulsada durante la administración del presidente Enrique Peña Nieto. La campaña “Visita México” se convirtió en un grito de guerra, transformando la ciudad en un destino atractivo para visitantes internacionales. Sin embargo, esta transformación vino acompañada de una serie de consecuencias que muchos de nosotros comenzamos a notar.
Con el aumento del turismo, también se intensificaron los cambios en la infraestructura y en la demografía de los barrios. La llegada de nuevos visitantes significó la desaparición de pequeños negocios que habían estado en funcionamiento durante décadas, dando paso a cafés y restaurantes de moda. Y aquí surge una pregunta crucial: ¿quiénes son los verdaderos beneficiarios de esta transformación?
Reflexiones sobre mi experiencia de gentrificación
Recuerdo mis primeros años en Roma Norte, un barrio que se encontraba inmerso en un proceso de gentrificación cuando decidí mudarme allí en 2008. Al principio, disfrutaba de la vida bohemia que ofrecía, rodeada de amigos y un ambiente vibrante. Pero con el paso del tiempo, la realidad se tornó más compleja. Tras el terremoto de 2017, me vi obligada a dejar mi apartamento y, al intentar regresar, me encontré con que la renta había aumentado a niveles insostenibles.
La transformación de mi barrio no solo repercutió en los precios de alquiler, sino que también alteró la esencia misma del lugar. Los antiguos comercios que conocía fueron reemplazados por cadenas y establecimientos que no resonaban con la historia del barrio. Este proceso generó un profundo sentimiento de pérdida y desconexión, y muchos de nosotros comenzamos a cuestionar la dirección que estaba tomando nuestra comunidad.
Las protestas contra la gentrificación, aunque comprensibles, reflejan una lucha más profunda. No se trata solo de precios de alquiler o derechos de los inquilinos, sino de una identidad cultural que se siente amenazada. Estas manifestaciones capturan una inquietud sobre lo que significa pertenecer a una comunidad que está cambiando rápidamente, y sobre cómo podemos coexistir en un espacio que una vez fue nuestro.
Lecciones aprendidas y caminos a seguir
Desde mi experiencia, es esencial reconocer que la gentrificación es un fenómeno complejo. No es simplemente consecuencia de la llegada de nuevos residentes, sino el resultado de un entramado de decisiones económicas y políticas que han transformado el paisaje urbano. Como alguien que ha vivido en la ciudad durante años, he sido testigo de cómo las dinámicas de poder afectan la vida cotidiana de las comunidades.
Las lecciones que se pueden extraer son claras: no podemos ver la gentrificación como un fenómeno unilateral. Debemos considerar cómo nuestras decisiones, tanto individuales como colectivas, contribuyen a este proceso. Además, es crucial incluir a todos los actores en la conversación sobre el futuro de nuestros barrios, lo que implica un diálogo abierto y honesto que respete la historia y cultura de las comunidades que están en peligro de desaparecer.
El desafío que enfrentamos es cómo reparar el daño causado sin caer en la trampa del paternalismo. Necesitamos construir puentes entre las comunidades, fomentando un sentido de pertenencia que trascienda las diferencias económicas y culturales.
En conclusión, la gentrificación es un fenómeno que no se puede ignorar. Cada uno de nosotros, como miembros de una comunidad, tiene un papel que desempeñar en la forma en que nuestras ciudades evolucionan. La verdadera pregunta es: ¿cómo podemos hacerlo de manera responsable y sostenible?
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