En su discurso en Riad en mayo, el presidente de EE. UU., Donald Trump, criticó las décadas de intervencionismo estadounidense. Argumentó que, al enviar a sus representantes a la región del Medio Oriente, solo se había contribuido al deterioro de la situación. Sin embargo, esta postura parece no aplicarse en el contexto de América Latina, donde su administración ha adoptado un enfoque de injerencia que recuerda a épocas pasadas.
Desde que asumió su segundo mandato, Trump ha centrado su atención en socavar a líderes de izquierda elegidos democráticamente en países como Colombia y Brasil, mientras busca fortalecer a presidentes de tendencia más conservadora, como el de Argentina.
Un enfoque militarizado y la retórica de la guerra contra las drogas
La situación en el Caribe ha llevado a EE. UU. a adoptar una postura casi bélica, especialmente en relación con el gobierno de Venezuela. Trump ha insinuado que se podría utilizar la fuerza militar para derrocar al presidente Nicolás Maduro, un líder de izquierda que se ha convertido en un espinazo en la política regional.
La administración Trump ha justificado su enfoque militar al declarar una guerra contra el narcotráfico, comparando a los narcotraficantes con terroristas. Esta narrativa ha permitido lanzar ataques a embarcaciones sospechosas de estar involucradas en el tráfico de drogas, resultando en la muerte de varios individuos en operaciones que carecen de transparencia pública.
Intervenciones económicas y sanciones
Además de las acciones militares, Trump ha optado por herramientas económicas para presionar a los gobiernos que no se alinean con sus intereses. Desde su llegada al poder, implementó tarifas comerciales a Colombia, un movimiento dirigido específicamente contra el primer presidente de izquierda del país, Gustavo Petro. Las sanciones económicas han sido otra de sus estrategias, dirigidas no solo a líderes, sino también a instituciones clave que desafían su agenda.
Por otro lado, ha ofrecido un paquete de rescate económico a Argentina, buscando asegurar la lealtad del presidente Javier Milei, mientras que en Ecuador y El Salvador se ha mostrado más benevolente hacia líderes que colaboran con sus políticas de deportación.
El resurgimiento de la Doctrina Monroe
La Doctrina Monroe, que desde 1823 ha definido la relación de EE. UU. con América Latina, está siendo reavivada bajo la presidencia de Trump. Este enfoque histórico, que prohibía la injerencia de potencias europeas en el continente, parece haber sido reinterpretado para justificar la intervención estadounidense en asuntos internos de países latinoamericanos.
Con Trump en el poder, ha habido un renovado interés en tomar medidas más drásticas, incluyendo la posibilidad de recuperar el control sobre el Canal de Panamá, argumentando que la influencia china en la zona representa una amenaza.
División entre amigos y enemigos
La administración de Trump ha delineado claramente su visión de amigos y enemigos en la región. Mientras apoya a líderes de derecha, como Milei, también busca debilitar a aquellos que se alinean con ideologías de izquierda. Esto se ha traducido en acciones directas contra líderes como Petro y movimientos judiciales contra figuras políticas en Brasil. El senador Mark Kelly ha señalado que el despliegue de fuerzas navales en el Caribe indica que EE. UU. está listo para tomar medidas, ya sea para intimidar o actuar de manera directa.
La política de Trump en América Latina parece estar marcada por un deseo de reafirmar el control estadounidense sobre la región, utilizando tanto métodos económicos como militares. A pesar de sus palabras sobre no intervenir en otros contextos, su acción en América Latina refleja una contradicción en su enfoque internacional.


