En una calurosa mañana de sábado a las 8 a.m., una vibrante caravana de vehículos partió del pueblo montañés de Bacoachi, ondeando sus banderas con fuerza en el seco aire del desierto. Familias entusiastas mostraban carteles que expresaban su oposición con el lema “¡No a las presas!”, mientras la Megacaravana comenzaba un extenso recorrido de 262 kilómetros a través del accidentado terreno montañoso. A medida que avanzaba el convoy, más coches se unían, culminando con casi 70 vehículos y alrededor de 600 participantes llegando al distrito universitario de Hermosillo. Allí, los ciudadanos esperaban en los escalones del Museo y Biblioteca Universitaria, soportando el agobiante calor de 45 grados Celsius.
Para activistas como Isabel Dorado Auz, profesora universitaria vinculada a Ciudadanía Activa Sonora, la caravana del 30 de agosto no fue solo una protesta. Representó un dinámico acto de resistencia y una plataforma para la educación.
El poder de la protesta
Esta resistencia se hizo palpable una semana después, cuando la presidenta Claudia Sheinbaum visitó Hermosillo el 6 de septiembre. Residentes de Río Sonora se congregaron fuera de su evento, reiterando las demandas de la caravana para detener la iniciativa del gobierno estatal de construir tres nuevas presas: Sinoquipe, Puerta del Sol y Las Chivas, bajo el Plan Hídrico Sonora. Los funcionarios estatales argumentaron que estos proyectos son esenciales para asegurar agua para Hermosillo, una ciudad desértica de casi un millón de habitantes, que sufre pérdidas significativas de agua debido a filtraciones.
Preocupaciones comunitarias
En respuesta a los manifestantes, el gobernador Alfonso Durazo afirmó que se estaban llevando a cabo conversaciones con los ejidos que se oponen a las presas. Sugirió que sus quejas surgían de una falta de información y aseguró que “todo lo que hagamos se hará de acuerdo con la comunidad”. Sin embargo, los líderes locales reaccionaron con fuerza ante la implicación de que carecían de entendimiento sobre el asunto. Acogieron el compromiso de Durazo de obtener el consentimiento comunitario antes de proceder. “Si no los convencemos, no habrá presas”, dijo el gobernador a los residentes, una declaración destacada por Ciudadanía Activa Sonora en sus redes sociales.
Las comunidades a lo largo de los ríos Sonora y San Miguel ven estas presas como una grave amenaza a su existencia. Muchos creen que estos proyectos reflejan una continuación de años de mala gestión del agua, una situación agravada por el derrame tóxico de 2014 que liberó 40,000 metros cúbicos de desechos mineros en el río. Este desastre permanece sin resolver, sirviendo como un recordatorio frecuente durante la caravana de las consecuencias cuando los intereses corporativos y gubernamentales eclipsan las voces comunitarias.
Desafíos en la agricultura y gestión del agua
Los agricultores locales son plenamente conscientes del impacto que las presas pueden tener en la vitalidad de un río. Ismael Limón, ejidatario y exlíder del distrito de riego de Molino de Camou, recuerda la inauguración de la presa Rodolfo Félix Valdés—comúnmente conocida como El Molinito—en 1991, que se construyó río arriba de su aldea. “La construcción de la presa El Molinito llevó a la disminución de la agricultura”, recordó Limón. Un estudio posterior del hidrólogo Rolando Díaz Caravantes confirmó los efectos adversos, señalando una reducción de tierras de cultivo irrigadas río abajo de 9,000 a 3,000 hectáreas entre 1994 y 2012. Esta transformación resultó en parte del corredor fluvial convirtiéndose en desierto, ya que la vegetación nativa fue reemplazada por matorrales. “Algunas comunidades tienen pozos que ya no producen ni una sola gota de agua”, lamentó.
Limón, quien cultivaba de cuatro a cinco hectáreas como muchos agricultores de la zona, enfrentó el colapso de su medio de vida. “La agricultura y la ganadería se han estancado porque somos pequeños productores. Nuestras familias dependen de nuestras cosechas y ganado, pero actualmente, prácticamente no hay agua de riego disponible para los cultivos.” Mientras tanto, las operaciones mineras industriales, en particular de Grupo México en Buenavista del Cobre en Cananea, han continuado sin cesar. “La minería tiene concesiones para más de 50 millones de metros cúbicos de agua en la fuente del Río Sonora”, apuntó Limón. “Esa cantidad podría llenar la presa El Molinito en solo dos años.”
Concesiones y prioridades
Rodolfo Castro Valdez, director de Conagua para la cuenca noroeste, contrarrestó que en años de sequía, el suministro urbano tiene prioridad sobre la agricultura, de acuerdo con la Ley Nacional de Aguas. Añadió que casi 4 millones de metros cúbicos de agua están disponibles río abajo de El Molinito para 660 hectáreas de tierras agrícolas. Sin embargo, los activistas argumentan que tales estadísticas ocultan la realidad de que los flujos superficiales en el Río Sonora son mínimos, dejando a las comunidades con poco para sustentar su vida.
La Ley Nacional de Aguas clasifica el consumo humano como la máxima prioridad, seguido de la agricultura, con la industria y el recreo en último lugar. Sin embargo, Dorado sostiene que en Sonora, este orden se ha invertido, con un asombroso 55% de los derechos de agua en la fuente del río asignados a la minería. Las comunidades que alguna vez prosperaron en la agricultura a pequeña escala ahora se ven obligadas a transportar agua en camiones mientras las corporaciones multinacionales consumen grandes cantidades. “Los pequeños productores han sido efectivamente excluidos de plantar cualquier cosa, mientras las operaciones mineras continúan extrayendo cobre y oro sin interrupción”, articuló Limón.
Movilización y acciones futuras
Para los participantes de la caravana, el tema central radica en entender quién se beneficia de estos proyectos de presas y quién carga con el peso. Muchos locales perciben las presas como una estrategia más orientada a asegurar agua para el desarrollo industrial y el sector inmobiliario que a satisfacer las necesidades de Hermosillo. “En el fondo, se trata de una empresa inmobiliaria. Esa es la principal motivación que percibimos del gobierno estatal”, afirmó Limón.
Para activistas como Isabel Dorado Auz, profesora universitaria vinculada a Ciudadanía Activa Sonora, la caravana del 30 de agosto no fue solo una protesta. Representó un dinámico acto de resistencia y una plataforma para la educación.0
Para activistas como Isabel Dorado Auz, profesora universitaria vinculada a Ciudadanía Activa Sonora, la caravana del 30 de agosto no fue solo una protesta. Representó un dinámico acto de resistencia y una plataforma para la educación.1