En el amanecer de Juluchuca, un pueblo en la Costa Grande de México, las garzas se elevan desde los manglares, que apenas hace unas décadas estaban cubiertos por monocultivos de coco y ganado. Hoy, un agua salobre fluye por el estuario, los camarones saltan en las aguas poco profundas y los niños experimentan la claridad del agua con kits que han hecho en casa. Este cambio comenzó en Playa Viva, un eco-resort que opera sin conexión a la red eléctrica y que se encuentra a 35 kilómetros al sur de Ixtapa-Zihuatanejo. Lo que comenzó como un pequeño experimento para sanar la tierra se ha convertido en la semilla de ReSiMar, un modelo de restauración de cuencas y reconstrucción de comunidades a lo largo de la costa pacífica de México.
Hace dos décadas, antes de que ReSiMar tuviera su nombre, el maestro diseñador de permacultura Odin Ruz llegó para evaluar un paisaje devastado por prácticas no sostenibles. La agricultura de monocultivo había drenado los humedales y aniquilado las lagunas. Aunque el proyecto tenía una visión amplia delineada en reuniones iniciales, fue Ruz quien concretó esa visión en acción.
Transformación a través de la observación
Ruz enfatizó la importancia de observar antes de actuar. “Antes de iniciar la construcción, lo más crucial era observar”, comentó. Durante los dos años de espera por los permisos, dedicó su tiempo a estudiar cómo fluía el agua y cómo los manglares respiraban a través de las diferentes estaciones. Su equipo se dedicó a reabrir canales estuarinos obstruidos, plantar manglares rojos, blancos y negros, y mapear la propiedad según el flujo natural del agua. “El primer diseño que realizas en un terreno establece cómo se desarrollará todo a partir de ahí”, explicó Ruz mientras hablaba sobre la importancia de sembrar en la permacultura.
La colaboración con pescadores locales
Afrontar el escepticismo de los pescadores cercanos fue uno de los mayores desafíos. Estos, acostumbrados a talar manglares para mejorar sus capturas, habían visto disminuir drásticamente sus cosechas de camarones. “Tuvimos que dialogar con ellos”, recordó Ruz. Al vincular la salud de los manglares con la abundancia de camarones, logró convertir a adversarios en aliados en el proceso de restauración.
Un legado cultural y educativo
Detrás de este proyecto se encuentran los fundadores del hotel, David Leventhal y Sandra Kahn, junto con la fundación Guerreros Verdes de la madre de Kahn, Elena, que financió la compra del terreno bajo la condición de que se siguieran principios regenerativos. Su idea modesta de construir un pequeño albergue que respetara el entorno sentó las bases para lo que Leventhal describiría más tarde como “lujo en la naturaleza”.
Ruz lideró el proyecto de permacultura durante aproximadamente una década antes de dejarlo en 2016. Sin embargo, mantiene contacto con los propietarios y realiza visitas ocasionales. Describe cómo la transformación se siente en el momento en que uno entra a la propiedad, notando el contraste entre el entorno degradado y el núcleo regenerado de Playa Viva.
Un espacio que promueve la interacción
Al ingresar a Playa Viva, los visitantes dejan atrás la sequedad y el polvo, sumergiéndose en un oasis vibrante. Es como pasar de una película en blanco y negro a una en color. Tras cruzar una duna, se aprecian hermosas construcciones escondidas entre los árboles y flores, conectadas por senderos que llevan de una cabaña a otra. A lo largo de casi dos décadas, los pastizales polvorientos de Juluchuca se han transformado en un bosque de manglares vibrante, jardines exuberantes, una laguna recuperada y un flujo creciente de huéspedes atraídos por la iniciativa.
Educación y empoderamiento
La historia de la regeneración en Playa Viva es rica en raíces culturales. Antes de comenzar la construcción, el equipo investigó el uso antiguo de la tierra. Los Cuicatecos, un pueblo indígena que habitó esta región, destacaron por su conocimiento ecológico tradicional que les permitió gestionar la biodiversidad y establecer relaciones sostenibles con sus recursos naturales. La perspectiva de estos antiguos habitantes vinculaba la salud de la tierra con el bienestar de la comunidad, un concepto que todavía es relevante hoy en día.
Este legado de cuidado y gestión encuentra nueva vida en Playa Viva. ReSiMar se presenta como un “laboratorio vivo para la regeneración de cuencas” organizado en torno a cinco nodos: agua, permacultura y agroecología, educación, conservación terrestre y conservación marina. “Se trata de conectar comunidades desde las montañas hasta el mar”, menciona James Honey, director de Legacy Regenerativa México. Al comprender el sistema en su totalidad, las comunidades empiezan a actuar como una sola cuenca.
Un enfoque en la educación transformadora
Skinner, responsable de traducir la ciencia en experiencias cotidianas, destaca que el objetivo de Playa Viva es ofrecer una experiencia turística diferente, donde los visitantes pueden hacer un impacto positivo. Desde liberar tortugas recién nacidas hasta dialogar con líderes comunitarios sobre el trabajo de restauración, cada interacción cuenta. A medida que avanza el modelo educativo de ReSiMar, los resultados son palpables en las escuelas de la cuenca. La iniciativa “Adoptar un Estudiante” apoya a los jóvenes locales, asegurando su educación y fomentando un círculo virtuoso.
Hace dos décadas, antes de que ReSiMar tuviera su nombre, el maestro diseñador de permacultura Odin Ruz llegó para evaluar un paisaje devastado por prácticas no sostenibles. La agricultura de monocultivo había drenado los humedales y aniquilado las lagunas. Aunque el proyecto tenía una visión amplia delineada en reuniones iniciales, fue Ruz quien concretó esa visión en acción.0



