Las inundaciones que azotaron el estado de Hidalgo han dejado una profunda marca en sus comunidades. Este desastre no solo ha ocasionado daños materiales, sino que ha expuesto las vulnerabilidades del sistema de gestión de riesgos. La tarea que se presenta va más allá de la rehabilitación de infraestructuras; implica reconstruir la vida y el tejido social de quienes han sufrido las consecuencias de esta catástrofe.
Es crucial que la respuesta a este desastre se enfoque en la resiliencia de las comunidades y en la atención a las necesidades psicosociales de los damnificados. A medida que el tiempo avanza y los medios de comunicación se desinteresan, los efectos psicológicos del desastre tienden a intensificarse, lo que hace que las acciones gubernamentales sean aún más necesarias.
Desafíos inmediatos tras la catástrofe
En la fase inicial posterior a la inundación, el enfoque se ha centrado en las necesidades más urgentes, como el rescate de personas y el restablecimiento de servicios básicos. Esto se ha logrado gracias a la colaboración entre las redes comunitarias, el gobierno y el Ejército mexicano, quienes han implementado el Plan DN-III-E para coordinar esfuerzos en la recuperación. Las prioridades han sido restablecer el acceso a la electricidad, agua potable y alimentos, elementos vitales para la supervivencia de la población afectada.
La importancia de la salud mental
A pesar de que los daños físicos son visibles y urgentes, hay consecuencias menos evidentes que también requieren atención inmediata: las repercusiones en la salud mental. La Organización Panamericana de la Salud ha señalado que la pérdida de seres queridos, hogares y medios de subsistencia puede provocar niveles elevados de ansiedad y depresión. Por lo tanto, es vital que los planes de reconstrucción incluyan un componente psicosocial, creando brigadas que ofrezcan apoyo emocional y mejoren los servicios de salud mental en la región.
Impacto económico a largo plazo
Las consecuencias económicas de un desastre como este son profundas y duraderas. La destrucción de cultivos, la pérdida de empleos y el cierre de pequeños negocios generan un efecto de dominó que agudiza la pobreza existente y la desigualdad en las comunidades. Muchas de estas áreas dependen de la economía informal y de prácticas agrícolas de subsistencia, lo que dificulta su recuperación. Por ello, es fundamental que las políticas implementadas después de la crisis incluyan apoyos financieros directos, créditos accesibles y programas de reactivación económica.
Un enfoque integral para la reconstrucción
La tarea de reconstrucción debe concebirse no solo como una cuestión de infraestructura, sino como un proceso integral que busque reparar el tejido social y económico, enraizado en el bienestar emocional de los individuos. Un enfoque que contemple la salud emocional y los aspectos económicos de la vida comunitaria será clave para establecer una verdadera resiliencia ante futuros desastres. Es esencial que las políticas públicas integren estos aspectos desde el inicio de la recuperación.
Lecciones aprendidas y el camino a seguir
La experiencia vivida en Hidalgo debe ser una llamada de atención sobre la importancia de fortalecer las instituciones encargadas de la gestión de riesgos y la protección civil. Es fundamental que la reconstrucción se realice sobre nuevas bases, desarrollando políticas que reduzcan el impacto de futuros desastres, ya que eventos como las inundaciones son inevitables. La resiliencia no solo se construye en tiempos de crisis, sino que debe ser una prioridad continua.
La respuesta a las inundaciones en Hidalgo debe ir más allá de la recuperación física; es necesario un enfoque holístico que contemple el bienestar de las personas y la cohesión social. Asegurar que las lecciones aprendidas se apliquen en la construcción de comunidades más fuertes y preparadas para enfrentar el futuro es esencial.

