En la actualidad, Argentina se encuentra inmersa en una tormenta política y social que revela una profunda estrategia de dominación más que un simple plan de austeridad. Las palabras del presidente Javier Milei, junto a las de sus colaboradores, resuenan con una crueldad que no es casual, sino que forma parte de un método que busca reconfigurar la economía y, sobre todo, los lazos sociales del país. El reciente ataque a los médicos del Hospital Garrahan, emblemático en la pediatría argentina, es solo un capítulo más de esta crisis humanitaria que se desata a diario.
La ofensiva contra los médicos del Garrahan
La situación en el Hospital Garrahan es alarmante. Los trabajadores y médicos residentes enfrentan una dura realidad: han visto disminuidos sus salarios hasta un 50% desde diciembre de 2023. Este dato no es menor si se considera que el hospital, que atiende a niños con enfermedades graves de todo el país, ahora debe operar con el mismo presupuesto de hace dos años. Una condición insostenible que provoca que los médicos luchen contra la austeridad impuesta desde el gobierno.
“Si lo que el Estado les paga no es suficiente, deberían haber estudiado otra cosa”, afirmó Lilia Lemoine, diputada de La Libertad Avanza, sumando más leña al fuego de la indignación general. Estas palabras se pronunciaron en un contexto en el que la dirección de la ANDIS, a través de Diego Spagnuolo, despoja de toda responsabilidad al Estado, sugiriendo que las familias con hijos con discapacidad deben hacerse cargo de la situación por sí solas.
Desatención hacia los más vulnerables
Por si fuera poco, el gobierno nacional emitió un decreto que exime al Estado de responsabilidad en la asistencia a personas en situación de calle, un problema que crece sin control. Según cifras recientes, hay más de 4,000 personas viviendo en las calles de Buenos Aires. En un gesto que podría considerarse insensible, esta decisión se anunció apenas 15 minutos antes del inicio del invierno, dejando a muchos en una situación desesperante.
Las frases emblemáticas que el gobierno ha popularizado, como “el que no trabaja, no come” o “si mueren, que mueran”, se convierten en un eco de una violencia moral innegable. En este contexto, la pobreza se asocia con la culpa y el sufrimiento de otros se transforma en una mera estadística tolerable. ¿Dónde queda la compasión en todo esto?
La narrativa de la crueldad
Milei ha encontrado en la crueldad una herramienta narrativa. Siguiendo la línea de pensadores como Thomas Hobbes, quien afirmaba que el hombre se somete al Estado por miedo a la muerte violenta, el presidente argentino parece invertir esa lógica: el Estado no protege a sus ciudadanos, los amenaza. Este enfoque desata una ola de miedo que justifica la obediencia a un sistema que no tiene piedad.
Friedrich Nietzsche también se asoma en este discurso. La “voluntad de poder” que él celebraba se manifiesta en el desprecio hacia la compasión, considerada como hipocresía. Sandra Pettovello, ministra de Capital Humano, se pronunció con frialdad: “No me preocupa el hambre, me preocupa el clientelismo político”. Esta declaración resuena en un ambiente donde el sufrimiento se convierte en una herramienta de control.
Un pedagógico de castigo
La estrategia del gobierno va más allá de simplemente recortar gastos. Se trata de humillar. Cada día, la sociedad es recordada de que el Estado ya no existe para mitigar el dolor, sino para administrarlo de manera eficiente. La crueldad se vuelve performativa; busca disciplinar y crear un ambiente de obediencia.
En este contexto, el desprecio hacia el periodismo se ajusta a la misma lógica: “El periodismo es una cloaca”, ha declarado Milei. Este tipo de lenguaje no es casual; es parte de un esfuerzo deliberado por desmantelar el pacto democrático de solidaridad, reemplazándolo por una competitividad feroz donde los derechos son un lujo y la empatía, un signo de debilidad.
La normalización del daño
La retórica utilizada por los funcionarios del gobierno incluye frases despectivas que despojan a las víctimas de su dignidad. Luis Caputo, ministro de Economía, parece encarnar esta indiferencia con su lenguaje corporal, como si el hambre y la pobreza fueran un asunto ajeno. La respuesta que ofrecen ante la crisis no es más que una forma de violencia institucionalizada. Cada palabra hiriente, cada gesto de desprecio, traza una línea divisoria: quienes obedecen y quienes deben pagar las consecuencias.
Como bien observó Hannah Arendt, la crueldad puede ser tanto personal como burocrática, llevada a cabo sin pensar, solo cumpliendo órdenes. Esta forma de “orden” se convierte en un mecanismo de control que pone de manifiesto la naturaleza deshumanizada del sistema.
Reflexiones finales
En este escenario, el filósofo Slavoj Žižek plantea que la crueldad es intrínseca a la política. No es un acto impulsivo, sino un castigo diseñado. La situación en Argentina es crítica y parece que la lucha por los derechos humanos, por la dignidad y por una respuesta compasiva del Estado apenas comienza. ¿Hasta dónde se permitirá que esta narrativa de crueldad y desprecio avance? ¿Qué pasará con los que se atreven a cuestionar este sistema? Las preguntas quedan en el aire, mientras la sociedad observa y espera los siguientes movimientos de un gobierno que no parece tener intenciones de cambiar su rumbo.