En un mundo donde la imagen puede más que la esencia, la seducción del vacío se ha vuelto una realidad palpable. Hoy, figuras públicas atraen multitudes, a menudo sin un fondo sólido que respalde su popularidad. Este fenómeno, que recuerda a la obra de Machado de Assis, resuena en la sociedad contemporánea, donde el valor de la apariencia supera al del ser. ¿Qué nos está diciendo esto sobre nuestra capacidad de juicio crítico?
El eco de la modernidad líquida
Vivimos en lo que el sociólogo Zygmunt Bauman denomina «modernidad líquida». Las relaciones, los valores y hasta las creencias parecen desvanecerse en un mar de incertidumbre. Aquí, las referencias que solían ser pilares de nuestra cultura se difuminan, dejando solo la visibilidad como un faro en la oscuridad. Los influencers de hoy, en muchos casos, son productos de algoritmos, no de substancia auténtica. En esta atmósfera, la esencia se diluye, y la superficialidad cobra fuerza.
Las redes sociales y su papel dual
La democratización de la comunicación, facilitada por la internet, ha traído consigo tanto beneficios como peligros. Por un lado, nos presenta creadores de contenido que, con ética, aportan valor. Por otro, el exceso de likes y seguidores se ha convertido en un sinónimo de relevancia, lo que genera una peligrosa inversión de valores. Las redes sociales se convierten en un campo fértil para la desinformación y la banalización del conocimiento. ¿Cómo discernir entre lo que realmente importa y lo que es efímero?
Las consecuencias de la falta de criterio
Las repercusiones de este vacío crítico son alarmantes. La difusión de ideas sin fundamento, la relativización de preocupaciones éticas y la propagación de discursos de odio son solo algunas de las manifestaciones de esta crisis. Cuando figuras influyentes atacan conceptos como la democracia o la ciencia, se corre el riesgo de sembrar ilusiones peligrosas en la mente del público. La falta de criterios sólidos en esta «economía de creadores» deja a la sociedad vulnerable a voces irresponsables.
¿Hacia dónde vamos?
El camino hacia un uso consciente de las plataformas digitales debe comenzar con la construcción de una responsabilidad efectiva. Todos tienen derecho a expresarse, pero es esencial que exista un sentido crítico que guíe estas voces, especialmente aquellas que alcanzan gran visibilidad. Sin un marco regulatorio, nos arriesgamos a ser rodeados de contenido de baja calidad que afecta nuestra percepción de la realidad, tal como Umberto Eco señalaba sobre quienes antes solo se expresaban en charlas informales sin causar daño a la sociedad.
Así que, mientras navegamos por este vasto océano digital, la pregunta persiste: ¿seremos capaces de discernir entre lo que realmente tiene valor y lo que solo es ruido? La respuesta puede determinar cómo se construye nuestro futuro colectivo en esta nueva era de información.