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Un nuevo rostro en la comunicación política
Karoline Leavitt, con solo 27 años, se ha convertido en la secretaria de prensa más joven de la Casa Blanca, un puesto que históricamente ha sido ocupado por figuras con más experiencia.
Su nombramiento no solo marca un cambio generacional, sino que también refleja la estrategia de comunicación del expresidente Donald Trump, quien siempre ha sabido cómo captar la atención del público. Leavitt, nacida en New Hampshire y graduada en ciencia política y comunicación, ha estado en el centro de la política desde sus días como estudiante, donde trabajó en Fox News y se involucró en el Instituto de Política de New Hampshire.
Un enfoque audaz hacia la prensa
Desde que asumió su cargo, Leavitt ha implementado una estrategia de comunicación que desafía las normas tradicionales. Su enfoque ha sido claro: ampliar el acceso a medios de comunicación alineados con Trump, mientras limita la cobertura de aquellos que critican su administración.
Esta táctica ha generado controversia, especialmente cuando se prohibió la entrada de la Associated Press al Salón Oval, un movimiento que rompió con años de precedentes. Leavitt ha declarado que su objetivo es responsabilizar a los medios que, según ella, difunden información falsa, lo que ha intensificado la guerra entre la Casa Blanca y la prensa.
Desempeño y desafíos en el cargo
Leavitt no solo se enfrenta a la presión de manejar la comunicación de un expresidente que ha sido objeto de críticas constantes, sino que también debe mantener la lealtad de una base de seguidores que espera respuestas contundentes y directas.
Su capacidad para ‘performar’ ante las cámaras ha sido elogiada por sus colegas, quienes destacan su habilidad para responder a las preguntas de manera agresiva pero controlada. Sin embargo, su gestión no ha estado exenta de desafíos, especialmente en un entorno mediático que se ha vuelto cada vez más hostil. La estrategia de Leavitt de seleccionar qué medios pueden cubrir la Casa Blanca ha sido vista como una forma de consolidar el control sobre la narrativa, un movimiento que podría tener repercusiones a largo plazo en la relación entre el gobierno y la prensa.
