Explorando la Experiencia Única del Mercado La Lagunilla en la Ciudad de México

Desde mi infancia, el Centro Histórico de la Ciudad de México ha ocupado un lugar especial en mi corazón. Recuerdos formados aquí, desde mis primeras visitas al bullicioso Mercado de Sonora a los siete años, hasta aprender a andar en bicicleta por la majestuosa Avenida Paseo de la Reforma, son tesoros invaluables.

Al entrar a la secundaria, mi madre comenzó a dar clases en la Universidad del Claustro de Sor Juana, lo que me permitió acompañarla al trabajo. Esto derivó en largas y placenteras caminatas hacia el Zócalo, una forma encantadora de pasar dos horas. Los domingos eran especiales; después de asistir a misa en una impresionante iglesia barroca del siglo XVII, nuestra familia exploraba el mercado de La Lagunilla, un ritual que nos acercaba aún más.

La Enigmática La Lagunilla

La Lagunilla, que se traduce como “pequeño lago”, debe su nombre al hecho de que la actual Ciudad de México se construyó sobre una serie de lagos, incluyendo Texcoco, Chalco, Xochimilco, Xaltocan y Zumpango. El Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM señala que estos lagos no eran una sola entidad, sino cuerpos de agua separados, lo que provocaba las notorias inundaciones de la ciudad durante la temporada de lluvias.

Históricamente, La Lagunilla se diferenciaba de los lagos más grandes del Valle de México, pero ha evolucionado en un vibrante mercado, similar a un tianguis. De hecho, los mercados tradicionales como La Lagunilla han sido parte de la cultura del área durante siglos, con evidencia arqueológica que indica que la actual Plaza de las Tres Culturas albergó uno de los mercados más grandes de Mesoamérica desde 1337.

Una Perspectiva Histórica

Aunque La Lagunilla no es tan antigua como su nombre sugiere, sus raíces se remontan al siglo XVI. Este barrio se desarrolló como una zona residencial y de clase trabajadora, sirviendo inicialmente como punto de desembarque para canoas que llegaban al famoso mercado de Tlatelolco. A medida que Tlatelolco declinaba, muchos vendedores migraron a La Lagunilla, preservando la cultura del mercado que prosperó en la región.

Notablemente, las canoas continuaron llegando a La Lagunilla hasta principios del siglo XX. Sin embargo, para la década de 1950, los últimos de estos lagos habían sido drenados artificialmente, lo que llevó a las familias de comerciantes locales a establecerse en la zona, transformándola en el vecindario que conocemos hoy.

Paseando por el Mercado

El mercado de La Lagunilla no tiene un límite preciso, ya que se entrelaza con el histórico barrio de Tepito y el mercado de antigüedades. Los locales a menudo se refieren al área del mercado, que se sitúa cerca de las calles Avenida Paseo de la Reforma, República del Perú y Tenochtitlán. Andar en bicicleta por Reforma ofrece una ruta pintoresca que toma entre 30 y 40 minutos, llevando al corazón de este bullicioso mercado dominical.

Según La Jornada, más de 5,000 puestos operan dentro de La Lagunilla, empleando aproximadamente a 17,000 personas. Cada fin de semana, alrededor de 100,000 visitantes acuden al mercado, ansiosos por explorar su variada oferta. Desde artículos vintage hasta coleccionables modernos, el mercado es un verdadero tesoro para los entusiastas.

¿Qué Puedes Descubrir?

En La Lagunilla, la variedad de productos es asombrosa. Imagina recorrer libros de primera edición, litografías que pueden estar firmadas por la reconocida Leonora Carrington, o incluso discos de vinilo raros. También se pueden encontrar muebles de mediados de siglo, incluyendo icónicos escritorios Van Beuren y exquisitas camas. Una vez, me topé con un juego de comedor de la era espacial que mi abuela seguramente admiró en su tiempo.

Además, si la suerte está de tu lado, podrías encontrar guitarras Fender vintage o jukeboxes clásicos de la década de 1960. Mi madre solía comentar que incluso los nativos de la Ciudad de México podrían sentirse forasteros en Tepito y sus alrededores, lo que añade un toque de misterio a la zona.

Visita con Precaución

Al entrar a la secundaria, mi madre comenzó a dar clases en la Universidad del Claustro de Sor Juana, lo que me permitió acompañarla al trabajo. Esto derivó en largas y placenteras caminatas hacia el Zócalo, una forma encantadora de pasar dos horas. Los domingos eran especiales; después de asistir a misa en una impresionante iglesia barroca del siglo XVII, nuestra familia exploraba el mercado de La Lagunilla, un ritual que nos acercaba aún más.0

Al entrar a la secundaria, mi madre comenzó a dar clases en la Universidad del Claustro de Sor Juana, lo que me permitió acompañarla al trabajo. Esto derivó en largas y placenteras caminatas hacia el Zócalo, una forma encantadora de pasar dos horas. Los domingos eran especiales; después de asistir a misa en una impresionante iglesia barroca del siglo XVII, nuestra familia exploraba el mercado de La Lagunilla, un ritual que nos acercaba aún más.1