Al llegar a Tonalá, un encantador pueblo en el corazón de Jalisco, me preparaba para descubrir un sinfín de tesoros artísticos. Sin embargo, lo que encontré superó mis expectativas. Este lugar no se limita a la cerámica; es un rincón donde la esencia de la vida se revela en cada detalle.
El viaje en motocicleta desde Puerto Vallarta marcó el inicio de nuestra aventura. Elegimos la ruta menos transitada, pues para mí, viajar en moto es una forma de terapia. Con el viento acariciando mi rostro y el camino extendiéndose ante nosotros, la mente se despeja, permitiéndome apreciar la belleza que a menudo se pasa por alto.
La llegada y el encanto de Tonalá
Al llegar a Tonalá, lo hicimos sin prisa, dejando que el pueblo nos acogiera a su propio ritmo. La primera impresión fue de calma; no había vendedores gritando ni letreros coloridos compitiendo por nuestra atención. Aquí, la magia se revela a quienes están dispuestos a observar.
Caminamos por la calle principal, donde el arte se desbordaba en cada esquina. Esculturas de barro y metal se alineaban como guardianes, mientras que los colores de las fachadas se transformaban en una paleta vibrante que iba desde el verde mar hasta el naranja dorado del atardecer. Cada rincón ofrecía una nueva sorpresa, como un mosaico escondido o un banco de hierro forjado que parecía contar historias de épocas pasadas.
La vida cotidiana como arte
Mientras deambulábamos, nos encontramos con un artesano que trabajaba el metal, transformando una simple vara en una obra de arte con movimientos serenos y precisos. A pocos pasos, una abuela ensamblaba delicados sonajeros de barro, mientras los niños correteaban entre los puestos, ayudando y compartiendo dulces con una alegría contagiosa. El ritmo de la vida aquí era hipnotizante, cada persona absorbida en su trabajo, creando un espectáculo de dedicación y pasión.
Pasé casi una hora observando a un artista pintando un solo espiral de una silla. Cada pincelada era meticulosa, cada detalle considerado. Quería preguntarle sobre su dedicación a un aspecto tan pequeño, pero comprendí que a veces las cosas no necesitan explicación; el arte habla por sí mismo.
Sentidos en plena acción
Tonalá es un lugar que invita a los visitantes a sumergirse en su esencia. La luz del sol se filtraba a través de móviles de cuentas y linternas tejidas, creando un efecto de arcoíris en las paredes y el suelo. Los aromas de tortillas recién hechas, cacahuates tostados y café recién molido envolvían el aire, evocando una sensación de hogar y pertenencia.
Decidimos probar la comida de los carritos que se alineaban en las calles, eligiendo los que llamaban nuestra atención en lugar de hacerlo por hambre. Con un vaso helado en una mano y el casco en la otra, mi pareja se reía de mi intento de equilibrar todo. La curiosidad se convirtió en nuestra guía, llevándonos a callejones que parecían invitar a ser explorados.
Más allá de las compras
A medida que avanzaba la tarde, me di cuenta de que no habíamos entrado en ninguna tienda. Las bolsas que había imaginado llenas de recuerdos permanecieron dobladas en mi mochila. No había negociaciones ni elecciones por hacer, pero habíamos recolectado algo mucho más valioso: la experiencia de ver la vida en su forma más pura y auténtica. Habíamos presenciado la artesanía no solo en los objetos, sino en la dedicación de quienes los crean.
Finalmente, nos sentamos en un banco de piedra agrietado, compartiendo un bocadillo mientras observábamos cómo la luz del día se suavizaba sobre la plaza. Tonalá, que había sido un museo, un escenario y un jardín secreto, comenzaba a relajarse, revelando su belleza en la tranquilidad de la tarde.
El viaje en motocicleta desde Puerto Vallarta marcó el inicio de nuestra aventura. Elegimos la ruta menos transitada, pues para mí, viajar en moto es una forma de terapia. Con el viento acariciando mi rostro y el camino extendiéndose ante nosotros, la mente se despeja, permitiéndome apreciar la belleza que a menudo se pasa por alto.0
Reflexiones finales
El viaje en motocicleta desde Puerto Vallarta marcó el inicio de nuestra aventura. Elegimos la ruta menos transitada, pues para mí, viajar en moto es una forma de terapia. Con el viento acariciando mi rostro y el camino extendiéndose ante nosotros, la mente se despeja, permitiéndome apreciar la belleza que a menudo se pasa por alto.1



