Careyes: el equilibrio entre naturaleza y exclusividad

Cuando se menciona Careyes, las reacciones suelen ser diversas: una sonrisa soñadora de quienes lo conocen y una mirada curiosa de quienes no. Para quienes no están familiarizados, Careyes es un enclave privado en la costa del Pacífico en Jalisco. Aunque cada vez atrae más a inversionistas de lujo, sigue siendo uno de los tramos menos desarrollados de México. Vivir allí, aunque sea por un breve tiempo, es descubrir un mundo que no se asemeja ni a un resort ni a una comunidad convencional. Más bien, es un espacio casi imposible de replicar.

La vida cotidiana en Careyes

Mis días transcurrían en el Pueblo, la parte más accesible y auténtica de la comunidad, lejos de las majestuosas villas y casitas en los acantilados. Aquí, las coloridas casas de tonos pasteles albergaban a artistas, creativos y personal que compartían calles adornadas con bugambilias. La arquitectura y la ubicación de las casas en Careyes reflejan diversos niveles socioeconómicos, pero la vida social desdibuja esas jerarquías. Por las noches, uno podía pasar de una recepción de cócteles en una mansión de seis habitaciones a una jam session descalza en Perula, donde los vecinos bailan al ritmo de música en vivo y disfrutan de una comida por 150 pesos.

La fluidez social es la esencia de Careyes. La riqueza es reconocida, pero nunca utilizada como un arma. Aquí, un millonario y un pintor pueden compartir una botella de tequila discutiendo sobre los mejores lugares para surfear. Lo que une a todos no es el capital, sino un acuerdo colectivo de pertenencia.

El legado de Gian Franco Brignone

Esta filosofía se estableció desde el principio. Cuando el financiero italiano Gian Franco Brignone llegó hace más de medio siglo, no solo buscaba construir un grupo de casas vacacionales. Su visión era crear un santuario donde la arquitectura pudiera ser lúdica, donde el arte fuera integral y donde la comunidad, y no el comercio, fuera la fuerza unificadora.

Careyes se hizo famoso por sus formas fantásticas: casitas de colores vibrantes que emergen de los acantilados, castillos con piscinas infinitas y un ecléctico conjunto de villas diseñadas más por capricho que por necesidad. Sus huéspedes iban desde estrellas de cine hasta miembros de la realeza europea, y sin embargo, la atmósfera nunca se tornó exclusiva.

Lo que hace a Careyes extraordinario es su paradoja. Es indudablemente un parque de juegos para los ricos; las casas se venden por millones y los yates privados transportan a los invitados. No obstante, la experiencia es todo menos pulida. Las carreteras son irregulares, el Wi-Fi es inconstante y no es raro compartir una comida al aire libre con un escorpión o una tarántula. El lujo aquí se filtra a través de la excentricidad y la imperfección.

El futuro de Careyes en un mundo cambiante

Careyes no existe en aislamiento. Forma parte del Costalegre, una franja de 150 millas de costa del Pacífico que se extiende desde Barra de Navidad hasta Cabo Corrientes. Durante décadas, su lejanía ha mantenido su pureza, pero esta está comenzando a desvanecerse con el surgimiento de nuevos desarrollos y la especulación sobre un aeropuerto propuesto. La discusión entre los funcionarios del gobierno y los propietarios locales gira en torno a si servirá a intereses privados o al público en general. El gobierno de Jalisco ha presentado un plan maestro de 20 años para Costalegre, comprometiéndose a atraer un desarrollo de lujo sostenible mientras se preserva la naturaleza que lo define.

El verdadero lujo de Costalegre radica en su naturaleza, como señala Michelle Friedman, la Secretaria de Turismo de Jalisco. “Si podemos combinar lujo con conciencia ambiental, seguirá siendo una de las últimas costas vírgenes en las Américas.” Ya se están llevando a cabo proyectos emblemáticos. Xala promete una mezcla de hospitalidad de ultra lujo con el resort Six Senses y residencias privadas, acompañado de una gran inversión en conservación y comunidad.

Con estos desarrollos, el futuro de Careyes es incierto, pero su esencia será difícil de replicar. Careyes nació de una visión excéntrica y personal, más interesada en la comunidad y la creatividad que en la comercialización. Sus residentes, ya sean de tiempo completo o estacionales, compran en esa ética tanto como en la arquitectura.

Dejar Careyes no es solo abandonar una villa o una playa; es dejar un ritmo de vida orquestado por la naturaleza, por amistades que cruzan fronteras de riqueza y nacionalidad, por noches que comienzan en casas iluminadas por velas y terminan en un temazcal tradicional bajo las estrellas. A medida que avanza el plan maestro de Costalegre, la tensión entre la preservación y el progreso se agudizará. Para algunos, desarrollos como Xala representan una oportunidad, mientras que para otros plantean preguntas sobre autenticidad y sostenibilidad. Sin embargo, para Careyes, el desafío y la promesa son diferentes.

Mis días transcurrían en el Pueblo, la parte más accesible y auténtica de la comunidad, lejos de las majestuosas villas y casitas en los acantilados. Aquí, las coloridas casas de tonos pasteles albergaban a artistas, creativos y personal que compartían calles adornadas con bugambilias. La arquitectura y la ubicación de las casas en Careyes reflejan diversos niveles socioeconómicos, pero la vida social desdibuja esas jerarquías. Por las noches, uno podía pasar de una recepción de cócteles en una mansión de seis habitaciones a una jam session descalza en Perula, donde los vecinos bailan al ritmo de música en vivo y disfrutan de una comida por 150 pesos.0