El reciente proceso electoral en Honduras, celebrado el 30 de noviembre, ha dejado un sabor agridulce en el ámbito político. A pesar de que una porción significativa de la comunidad internacional ha aceptado los resultados, una parte considerable de la élite política local los ha rechazado. Este acontecimiento ilustra la complejidad de la diplomacia en la región y pone de manifiesto la influencia de Donald Trump sobre América Latina.
Las elecciones revelan falencias en su ejecución, destacando la dificultad de llevar a cabo un proceso que, a priori, no debería ser complicado. Las cicatrices de las elecciones de 2017, donde la represión violenta dejó un saldo trágico, aún persisten en la memoria colectiva. Las largas demoras y las inconsistencias en los resultados han evidenciado la incapacidad del estado para manejar una tarea esencial como las elecciones, especialmente cuando se confía en una firma extranjera para su administración.
Desinterés político y el legado de la corrupción
Un aspecto crucial que se desprende de esta situación es la alarmante baja participación ciudadana, que ronda el 50% del censo electoral. Este fenómeno refleja el profundo desencanto de una población que ha sido víctima de la corrupción y la violencia vinculada al narcotráfico. Honduras se encuentra entre los países con los peores índices socioeconómicos de la región, lo que contribuye a la apatía política generalizada. Nasry Asfura, exalcalde de la capital, logró acumular alrededor de 1.3 millones de votos en un país que cuenta con una población de aproximadamente 11 millones y un censo electoral de 6.5 millones.
La polarización política en Honduras
El resultado electoral ha puesto de manifiesto la persistencia de la división histórica entre los partidos liberal y nacional, relegando a un tercer actor, el partido Libre, a un segundo plano. Este partido, que surgió en torno a la figura del expresidente Mel Zelaya, ha obtenido solo el 20% de los votos, mostrando un retroceso hacia un bipartidismo que había sido cuestionado en la última década. Este fenómeno refleja un proceso político que, tras las elecciones de 2025, parecía haberse reconfigurado, pero que ahora parece volver a caer en viejas dinámicas.
Intervención de Trump y el indulto a JOH
El proceso electoral no solo se vio afectado por factores internos, sino que también estuvo marcado por la intervención externa de Trump, quien expresó su apoyo a Asfura a solo días de las elecciones. Este respaldo se suma a otras acciones del exmandatario estadounidense en la región, como su apoyo a Javier Milei en Argentina. La decisión de Trump de indultar al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández (JOH), apenas 20 minutos después de haber respaldado a Asfura, cambió el panorama político. Hernández había sido condenado por narcotráfico, y su indulto ha generado una nueva ola de críticas hacia el liderazgo de Trump y su postura en el combate al narcotráfico.
Implicaciones del indulto en la política hondureña
La liberación de JOH ha suscitado un debate en la sociedad hondureña, que en su mayoría condena esta decisión. Durante su mandato, Hernández consolidó a Honduras como un narcoestado, y su extradición a Estados Unidos fue vista como un avance significativo en la lucha contra el narcotráfico. No obstante, el indulto ha revertido este avance, planteando serias preguntas sobre la integridad del proceso judicial y la lucha contra el crimen organizado en el país. JOH ha buscado paralelismos entre su situación y la de Trump, argumentando que ambos han sido víctimas de ataques por parte de fuerzas de izquierda y del lawfare.
En este contexto, queda claro que las elecciones fallidas en Honduras son un reflejo de una crisis más profunda que afecta la política del país. La combinación de desinterés ciudadano, intervención extranjera y corrupción interna sugiere que el futuro político de Honduras está en una encrucijada peligrosa, donde la democracia se ve amenazada por intereses personales y un legado de autoritarismo que persiste.


